Cuando gracias a mi amigo Miguel, profesor del instituto de Zarza de Granadilla, me enteré de que el maestro Carlos Giménez iba a venir al Instituto el día 5 de febrero, rápidamente me ofrecí como chófer para traerle desde Madrid.
Yo había leído que Carlos, en principio, es receptivo a acudir a este tipo de actos relacionados con la difusión de los tebeos y de su propia obra, pero había que ir a buscarle, él no conduce y ya no tiene ganas de ir dando tumbos por las estaciones de tren y de autobús.
Para mí era un orgullo, llevo más de treinta años leyendo y coleccionado su obra, era algo así como: “Voy a conocer a mi héroe”.
Aprovechando mi participación en la visita me puse en contacto con los compañeros de EXTREBEO y, juntos, decidimos organizar también el jueves día 4 de febrero un encuentro con Carlos en la Biblioteca de Hervás.
César y Jonás, director y bibliotecario, respectivamente, apoyaron entusiasmados la idea cuando Miguel, también miembro de EXTREBEO, se la transmitió. Por supuesto, Carlos no puso ningún inconveniente en regalarnos también el encuentro de la biblioteca además de la visita que haría al instituto al día siguiente.
Gracias al GPS, mi mujer y yo, llegamos sin problemas al portal de la céntrica calle madrileña donde vive Carlos. No nos hizo esperar.
Una vez acomodados en el coche y fuera ya de la jungla urbana, enfilados por la nacional V hacia Hervás pudimos entregarnos a la conversación. Fue una entrega fácil y agradable. Carlos Giménez es un excelente conversador, ameno y atento, no sólo habla, como tantos, también escucha y muestra interés.
Como era inevitable salieron los comics en la conversación, él es un autor afamado y yo un aficionado compulsivo. Se habló de muchas cosas y por resaltar algo, ante la pregunta, inevitable y reiterativa, de cómo ve los tebeos hoy en día dijo: “Antes había poco ruido y muchas nueces y hoy mucho ruido y pocas nueces”.
¿Qué quería decir? Pues que hace cincuenta años un tebeo semanal como el Capitán Trueno tiraba seiscientos mil ejemplares a la semana y hoy en día un autor reconocido vende dos o tres mil ejemplares al año. Antes había una industria y una serie de autores y editores que ganaban dinero haciendo tebeos, hoy hay una multitud de editoriales y autores, pero con las cifras de venta que se manejan los autores no pueden mantenerse y los pequeños editores tienen que trabajar también en otra cosa.
A pesar de todo el talento desplegado, el mundo de los tebeos se ha convertido en un ghetto de aficionados. Hablamos de España, claro está, porque si un autor logra vender en el mercado francés, por ejemplo, la cosa cambia.
Comenté yo el viejo dilema del dibujo y el guión. Él, con mucho sentido común, dijo que ese dilema era una tontería porque un tebeo es la suma armónica de ambas cosas. Argumenté yo que si tenemos un buen guión mal dibujado podemos tener un cómic, mientras que al revés, un tostón impecablemente dibujado no será más que un álbum de ilustraciones. Dijo Carlos que un buen guión con un mal dibujo es un mal cómic. Si se lee bien, será eso, un buen guión, pero no un buen cómic si el dibujo no es bueno.
Afortunadamente para mi mujer, en las tres horas de viaje no sólo hablamos de tebeos.
Llegamos a Hervás en un día nublado y lluvioso que nos impidió sorprender a nuestro huésped con la belleza del paisaje de este verde y frondoso valle del norte de Cáceres.
En la comida se reunió con nosotros Miguel, amigo, profesor y extrebeísta. Acompañados de unas botellitas de tinto despachamos la colación en un ambiente amistoso y agradable. Por un rato, aparcamos los cómics.
Tras una preceptiva siesta del maestro fuimos a la biblioteca.
Yo estaba un poco asustado temiendo que, en un pueblo extremeño de 4.000 habitantes, un autor de cómics no fuese motivo de interés para reunir suficiente público. Pensaba que seríamos cuatro gatos. “No importa, dijo Carlos, si es así nos vamos al bar y nos montamos allí la tertulia.”
La asistencia superó las expectativas, la sala estaba llena, con unas ochenta personas.
Comenzamos proyectando un video preparado por Miguel, de unos diez minutos de duración, sobre los álbumes de Carlos: 36-39, MALOS TIEMPOS.
El video combina fotos de la guerra civil con las viñetas de los álbumes, sin texto, sólo acompañados por una música muy sugerente. El efecto era sobrecogedor y mereció los elogios del maestro. “Has comprendido muy bien mis álbumes, lo que yo quería transmitir”, le dijo a Miguel.
Inevitablemente, tras la proyección, el encuentro empezó con el tema de la guerra. Giménez habló sobre ella elocuentemente, explicando que no hay guerras buenas ni heroicas. En las guerras sólo hay asesinos y asesinados. ¿Los responsables? Los que las empiezan. Este tema interesó y se habló de él.
Respecto a los cómics volvió a salir el asunto de la tirada de ejemplares con un ejemplo que me parece revelador. Carlos contó que su obra Paracuellos, que acaba de recibir el premio Patrimonio en Angouleme, la edita en España Glenat. Pero como los comics sólo se venden en librerías especializadas, Glenat no puede hacer más de dos o tres mil copias por edición. El cómic se vende, todos los aficionados tenemos Paracuellos, pero poco, debido a que está constreñido a las librerías de cómics.
De repente viene Mondadori y le ofrece hacer un integral de Paracuellos. Dicho y hecho. Como Mondadori distribuye por todas las librerías, no sólo las de comics, Paracuellos puede llegar a todo el mundo. Resultado, lleva vendidos cincuenta mil ejemplares. Así, si puede un autor vivir de su obra.
Fran, nuestro presidente, que había venido a Hervás desde Cáceres con Tomás, el secre, le preguntó si leía tebeos. Dijo que sí, pero preferentemente los antiguos, los que había leído siempre, aunque por supuesto procura estar al día. Dijo también que un autor no debe inspirarse en los tebeos ya hechos porque se corre el riesgo de no contar nada interesante, de perderse en un universo endogámico y friki. Bueno, más o menos.
Creo que quería decir que hay que buscar las historias en la vida, en nuestras propias experiencias, en lo que vemos y nos rodea porque así los tebeos tendrán verdad y llegarán a la gente.
A mi comentario de que no existe en castellano una palabra que defina con claridad a un autor de tebeos, sea dibujante, guionista, o ambas cosas, dijo que sí existe: historietista. Palabra que parece que viene de Argentina pero que aquí no ha tenido mucho éxito.
La reunión transcurrió fluidamente, de un modo agradable y ameno.
Explicó el maestro su sistema de trabajo. Como, después de hacer un viñetaje con bocetos someros, coloca primero los bocadillos y rotula los textos. De este modo puede dejarlos con suficiente aire para facilitar la lectura y terminar la página equilibrando el dibujo con los textos. Una manera más inteligente de trabajar que la de tantos autores, sobre todo yanquis, que dibujan primero todo y después colocan los bocadillos, con lo cual muchas veces se arruina la composición o el dibujo.
Acabó el encuentro, que a mí se me hizo breve, y nos fuimos a tomar unas cañas. El resto de la noche, con cena incluida, fue como estar con un viejo amigo en una animada reunión de colegas.
A la mañana siguiente, fiel a mi auto asignada condición de chofer, bajé a Carlos al Instituto de Zarza donde le esperaban los chavales. “No se me da bien hablarle a los chicos”, me dijo Carlos, pero de nuevo la realidad nos sorprendió gratamente.
Organizado por Miguel y sus compañeros del Instituto, los chavales esperaban a Carlos con un mural hecho sobre sus dibujos y un montón de preguntas que hicieron que, de nuevo, el encuentro fuera interesante y participativo, con unas ochenta chavalas y chavales adolescentes que escucharon con verdadera atención al maestro.
De todo lo que se le preguntó quiero destacar el momento en el que Carlos explicó de donde proviene su amor por los tebeos. En su infancia de posguerra, en lugares como los centros del Auxilio Social tipo Paracuellos, no había nada que pudiese distraer la atención de un niño. Sin juguetes, ni radio, ni por supuesto televisión. Con los libros prohibidos y las paredes desnudas, solo en los tebeos podía encontrar refugio la imaginación infantil.
Tebeos tan valorados que, aparte de entretener, se utilizaban como moneda de cambio entre los niños y empujaban a algunos, como Carlos, a dibujar sus propias historietas para, de este modo, evadirse de aquella sórdida realidad.
Acabado el encuentro en el instituto me despedí de Carlos. Me sentía emocionado y satisfecho. Carlos me había seducido doblemente. Por un lado, desde mi condición de amante de los tebeos, había compartido mi tiempo con un maestro generoso que nos contó muchas cosas de la profesión y de tantos amigos suyos, historietistas como él. Por otro, había conocido a una gran persona, entrañable, cariñosa y accesible, que nos trató como a amigos sin conocernos de nada.
En definitiva, una experiencia inolvidable.
Gol