domingo, 15 de diciembre de 2013

[Reseña] CONSUMIDO (Joe Matt)

   El tebeo de temática costumbrista (slice of life en los USA), siempre ha estado presente desde los inicios del noveno arte. Comenzando por las clásicas tiras de prensa norteamericanas de los años treinta y cuarenta, como Blondie o Li´l Abner y siguiendo por la revolución underground sesentera, con Robert Crumb y Harvey Peckar a la cabeza, hasta llegar a mediados de los noventa donde, a rebufo de lo que se ha dado en llamar nueva novela gráfica, surgieron títulos de corte predominantemente autobiográfico, amparados en los nuevos modos y gustos de la gente. Cuando leer un tebeo dejó de ser una rareza friki y se convirtió en una sesuda moda para gafapastas (léase modernillos intelectualoides).

     De aquella eclosión de cómics autobiográficos, brillaron con luz propia, una terna de ilustradores de origen o residencia canadiense. Tres amigos que, como los tres mosqueteros, dejarán su impronta en la historia del cómic indie con mayor o menor relevancia; Seth, Chester Brown y Joe Matt.

    Seth se ha especializado en obras con cierto deje nostálgico, tanto en el estilo que profesa, referenciado en los clásicos dibujantes del New Yorker, como en su forma de vestir, mientras que sus amigos Chester Brown y Joe Matt desnudan sus vidas y penurias entre viñetas, mostrando al mundo unas biografías sin más sentido e interés que la pura curiosidad por unos personajes y situaciones que sobrepasan el patetismo más soportable.

    Consumido continúa el ciclo vital de Joe Matt por lo más absurdo y pueril de su vida, tras una inicial Pobre Cabrón, donde ya mostraba un personaje lleno de complejos y profundamente reprimido en el plano sexual, cuyo carácter huraño, rácano e insoportable, sacaba a relucir la miseria de una vida llena de inseguridades y aún así crear un relato ombliguista haciendo partícipe al lector con una narrativa magistral que permite, en muchos casos, sentirnos reflejados en las vicisitudes cotidianas del autor.

     En este relato, Matt nos hace partícipes de su obsesión onanista y por la pornografía en formato doméstico VHS (no quiero pensar la revolución que ha podido suponer internet para este hombre) que le lleva a hacer selecciones de escenas pornográficas como si de un documentalista bibliotecario se tratara.
     Un personaje que, como metáfora de su patética vida, apenas sale de su habitación de realquilado, donde lleva a cabo una actividad masturbatoria compulsiva (de ahí el título) y cuyo alejamiento de la realidad que le rodea (llega incluso a orinar en botellas con tal de no salir de su cuarto) le convierte en un hombre mezquino, incapaz de cualquier tipo de relación con otras personas y al que sus profundas obsesiones y complejos retraen a lo más profundo del alma humana, encontrando único consuelo en la autosatisfacción sexual.

    Esa ansiedad y frustración es escasamente compartida, en las pocas salidas que hace con sus amigos Seth y Chester Brown, que actúan como psicólogos, enfrentando a Matt a la realidad cotidiana, pero que se rinden a la evidencia de una persona incapaz de mostrarse al mundo.

    Una obra cuyo único aliciente para el lector es la de regodearse en las miserias ajenas y que muestra la esperanza que siempre habrá alguien peor que nosotros. Un dibujo simple pero eficaz, que va al meollo sin distracciones gráficas y casa perfectamente con la historia que nos cuenta y, a pesar de lo pesimista del argumento, está narrado de una forma excepcional.  


2 comentarios:

Anónimo dijo...

El traje nuevo del emperador.

Ángel García Nieto (Artbytito) dijo...

Las historias Slice-of-life nunca fueron de mi total agrado. Me he acercado a ellas en ocasiones excepcionales y siempre y cuando tienen una vertiente real y sobre todo con humor o positivistas. Ésta por lo que veo es todo lo contrario. Seguramente sea igualmente un buen cómic por muchas de las descripciones que nos regalas, Jesús.
Muchas gracias por tu reseña.