Pues seguimos adelante con las aventuras de los siempre intrépidos Roberto Alcázar y Pedrín. Esta entrega se abre con una de sus peripecias menos interesantes. La narración se desarrolla de manera precipitada y con soluciones de guión de las de magia potagia. Los miembros de la temible secta Los Hermanos de la Estrella, bajo el ideal de la liberación de Birmania del yugo occidental, cometen actos terroristas con el fin más mundano del robo de joyas. Vamos, que no son sino la típica banda de delincuentes que nuestros héroes van a desarmar en un santiamén. Así, Roberto Alcázar sale a la búsqueda de la guarida de los malvados y, en la siguiente viñeta, vete a saber cómo y por qué, ya ha dado con ella.
Pues eso mismo, va por la calle y “no hay duda”. La guarida resulta que es un almacén, así que dos o tres viñetas después ya han dado con el emplazamiento de la guarida real, pero son apresados por los malos, que los llevan prisioneros a ella no sin que antes Pedrín se escape. Su argucia es tremenda: el coche se detiene en un descampado, los malos descienden con nuestros héroes encañonados por sendas pistolas, y de buenas a primeras Pedrín echa a correr dejando a los malvados con un palmo de narices. Se llevan a Roberto para la casa perdida en mitad del campo, la siniestra guarida, y el coche en el cual los han llevado hasta allí se marcha. Y entonces vemos que Pedrín, ejem, estaba oculto debajo del coche. Jeje, desde luego hay que reconocer que a vosotros no se os hubiera ocurrido. Aun detenido, Roberto le suelta un par de ñoños al jefe de la banda, un enmascarado como mandan los cánones.
El resto, pues nada, unos chistecillos para amenizar cómo Pedrín da con la ayuda, la policía entrando en acción a tiro limpio y Roberto sacudiendo de nuevo el polvo a la chaqueta del enmascarado.
La siguiente aventura, El torreón de los jorobados, no es mucho mejor, pero sí que muestra algunos detalles que consiguen que nuestra atención no se distraiga demasiado. La primera de ellas, la clarísima referencia a la película de Edgar Neville y Emilio Carrere La torre de los siete jorobados, clásico primitivo del cine fantástico hispano, no sólo por el título, también por su trama. Nos enteramos, nada más empezar, de que Roberto es dueño de unas acciones de unas minas africanas. Vamos, aclarando que dinero no es lo que necesitan nuestros héroes. Recurso de guión inteligente que evita las preguntas habituales de los que se creen que esto es la vida real e inquieren sobre los medios de vida de los héroes de las historietas.
Como es habitual, los malos se dedican a robar joyas a honestos banqueros. Uno de ellos denuncia el caso a Roberto, explicándole que el ladrón, al huir, perdió una tarjeta con una escritura cifrada. También que el ladrón parecía, por su figura en la penumbra, un mono.
Roberto investiga tipo Mandrake, esto es, me lo saco de la manga, y descifra la tarjeta y deduce que el ladrón es en verdad un jorobado en tan pocas viñetas que se tarda más en leerlas que en lo que Roberto y Pedrín tardan en sacar sus conclusiones.
¡Madre mía! Peligrosas calles recorren nuestros héroes en busca de la guarida de los siniestros jorobados.
Hasta que dan con uno, pero mientras nuestros amigos discuten si tocar el violín es una contraseña o una serenata a una enamorada, el jorobado les da esquinazo.
Roberto Alcázar y Pedrín, a pesar de esto, descubren qué casa oculta a los jorobados gracias a esa figura tan entrañable, hoy desaparecida, que es la del sereno. Así, haciéndose pasar por dos que quieren alquilar la casa, entran en la guarida de los malotes, que es un rato siniestra, con murciélagos y todo.
También hay una leyenda de fantasmas que la habitan y una trampilla secreta que da al torreón del título. El folletín se torna algo desquiciado, pero esto mismo es lo que le da un poco de interés a la historia que no deja de moverse, pese a todo, en el mundo de lo convencional y estereotipado. Ojo, que me encantan las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, pero cuando son mediocres hay que reconocerlo, ¿no?
Se van de allí para informar a su jefe, el banquero que ha requerido sus servicios, pero resulta que los jorobados lo han raptado. Fijaos qué viñeta tan bonita que el remontaje de esta edición no ha logrado destrozar:
Nuestros héroes se preparan para rescatarlo de las garras de los malvados jorobados. Me encanta que Roberto le cuestione a Pedrín el bastón y sin embargo le parezca bien que se lleve un martillo. La verdad es que utilizan los clavos, pero a mí me da que es para despistar: el martillo es un ARMA, como ya veremos. Dick Tracy, nenaza.
Los jorobados resulta que se dedican también a falsificar billetes. Aquí ya vale todo: el recuerdo del Dr. Mabuse de Fritz Lang mezclado con el clásico de Neville da lugar a un potaje de cuidao.
Nada, nada, nuestros héroes se introducen en el torreón, que como en la película de Neville se extiende hacia el fondo de la tierra, prestos a detener a los jorobados y salvar al honrado y honesto banquero. Tras varias peripecias por los oscuros y siniestros corredores subterráneos, dan con los fantasmas. Y con la solución al verdadero uso del martillo.
Y nada, amigos, palos a porrillo para cerrar la sesión en las ya de por sí molidas espaldas de los jorobados disfrazados de fantasmas. En estas últimas seis viñetas es fácil comprobar cómo eran editadas estas páginas alterándolas: no tenéis más que ver en la parte superior cómo las líneas del sombreado sufren un corte allí donde han sido retocadas para hacerlas más altas y más anchas, destrozando la composición original del gran Vañó.
Y esto ha sido todo por hoy. A partir de aquí las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín se irán haciendo más interesantes gracias a que los guiones se van desquiciando de manera paulatina, sumado esto a que pronto empiezan a adueñarse de la función doctores locos, vampiros de medio pelo, malvados morrocotudos, hombres mono y demás fauna maléfica propia del pulp más enloquecido. Ya veremos si vuestro espectro favorito tiene fuerzas para seguir despedazando estas historias ante tantos horrores como se acumulan. Por el momento, un abrazo envenenado: Llosef.
5 comentarios:
"Para medirle las costillas al primero que se presente". ¿Dónde hay frases así en los tebeos de hoy? Y la expresion de Pedrín es la de un muñeco de cera.
Ya echaba yo en falta esta "sección".
Una maravilla, como siempre.
¡Gracias por vuestros comentarios! A ver si para la siguiente no me retraso demasiado. ¡Y cuidado, que vienen los vampiros!!!
Nunca fui un fran aficionado a Roberto Alcázar y Pedrín, pero tal y como tu los presentas dan ganas de leerse la serie. Felicidades por el estudio.
¡Gracias, Gol!
Sin embargo, creo que por muy bien que los pinte me da que no te iban a empezar a gustar...
¡Aunque alguna aventurilla por ahí seguro que te sorprendería!
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